jueves, 11 de julio de 2013

Nuestra Tierra


Grande aquel que nos ha brindado de esta alma para poder ser parte de su creación, que nos permitió ver los tesoros naturales, que nos acompaña hasta el fin del mundo  y hasta el final de nuestras vidas.

Maravillosas montañas son expulsadas del suelo y esculpen nuestro alrededor, nos protegen de las adversidades provenientes del mundo exterior y cobijan a nuestra gente. Infinitos bosques nos rodean a diario, proveyendo un hogar justo y necesario para poder vivir. El agua corre desde las gloriosas montañas, se adentra por los bosques para brindarles vida y finalmente se cae por nuestras gargantas para dar alimento a nuestros espíritus; es la verdadera sangre.

Sangre de Él, ausente de color; sangre de nosotros, cargada de su poder y fuerza. Es ahora cuando debemos de regresarle aquella fuerza. Sabemos que nada es nuestro y que todo le pertenece a Él.
Ahora es tiempo de manchar la tierra de rojo, que brote de nuestra carne la gloriosa sangre, que se vierta por la planicie hasta inundar campos enteros y convertirlos en océanos.  Nuestra tierra nos ha pedido responder al llamado del todo poderoso.

Grandes cantidades de hombres se acercan atravesando las montañas sin saber lo que les espera al final. Se atreven a profanar nuestras sagradas tierras; contaminando nuestra sangre con sus sucias costumbres. ¿De que infierno han salido estos demonios? ¿Por qué se disfrazan de nosotros? ¿Qué es aquel signo que cargan?

Tantas preguntas preocupando las mentes de los sabios e incluso de los pequeños, nos atormentan todas las noches mientras escuchamos el sonido de los tambores hacer eco por todo el valle. Nuestra existencia había sido el dilema principal hasta la llegada de estos demonios a nuestros territorios.

No hay vuelta atrás, por más que se disfracen de nosotros, lo único que debemos de sentir es el filo de nuestra espada atravesando su envenenado corazón. Devolvamos éste mal al infierno de donde vino. 


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