Grande
aquel que nos ha brindado de esta alma para poder ser parte de su creación, que
nos permitió ver los tesoros naturales, que nos acompaña hasta el fin del mundo
y hasta el final de nuestras vidas.
Maravillosas
montañas son expulsadas del suelo y esculpen nuestro alrededor, nos protegen de
las adversidades provenientes del mundo exterior y cobijan a nuestra gente.
Infinitos bosques nos rodean a diario, proveyendo un hogar justo y necesario
para poder vivir. El agua corre desde las gloriosas montañas, se adentra por
los bosques para brindarles vida y finalmente se cae por nuestras gargantas
para dar alimento a nuestros espíritus; es la verdadera sangre.
Sangre
de Él, ausente de color; sangre de nosotros, cargada de su poder y fuerza. Es
ahora cuando debemos de regresarle aquella fuerza. Sabemos que nada es nuestro
y que todo le pertenece a Él.
Ahora
es tiempo de manchar la tierra de rojo, que brote de nuestra carne la gloriosa
sangre, que se vierta por la planicie hasta inundar campos enteros y convertirlos
en océanos. Nuestra tierra nos ha pedido
responder al llamado del todo poderoso.
Grandes
cantidades de hombres se acercan atravesando las montañas sin saber lo que les
espera al final. Se atreven a profanar nuestras sagradas tierras; contaminando nuestra
sangre con sus sucias costumbres. ¿De que infierno han salido estos demonios?
¿Por qué se disfrazan de nosotros? ¿Qué es aquel signo que cargan?
Tantas
preguntas preocupando las mentes de los sabios e incluso de los pequeños, nos
atormentan todas las noches mientras escuchamos el sonido de los tambores hacer
eco por todo el valle. Nuestra existencia había sido el dilema principal hasta
la llegada de estos demonios a nuestros territorios.
No
hay vuelta atrás, por más que se disfracen de nosotros, lo único que debemos de
sentir es el filo de nuestra espada atravesando su envenenado corazón. Devolvamos éste mal al infierno de donde vino.
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