domingo, 11 de agosto de 2013

La casa de Eressë


Grande, majestuosa y poderosa era la montaña que sostenía aquella imponente casa dedicada al dios de la fuerza Eressë.
Se imponía en medio de un valle mientras que un denso bosque la rodeaba por todos sus frentes. En ciertas ocasiones mostraba unas nevadas en sus picos, para que más tarde se derritieran y dejaran fluir el agua hasta el pueblo que descansaba en las faldas de las montañas.

Aquel pueblo, siendo el creador de la casa que sostenía la montaña, recorría constantemente los rincones de la montaña para admirarla y protegerla; siendo que ella los protegía más. Todas sus caminatas terminaban en la casa de Eressë, en donde agradecían y pedían más fuerza.

Antes de que se levantara aquella casa, la gente le tenía miedo a la montaña. La veían como un demonio a vencer, que no sedería ante nadie y siempre terminaría siendo más salvaje que cualquier otra criatura del reino. Sin embargo, un cinco habitantes del pueblo estaban decididos en establecer la paz con tal enemigo.

Así comenzaron las edades de los arquitectos, en donde todos se dedicaban a la transformación de la montaña. Piedras corrían de arriba hacía abajo para terminar sosteniendo el techo de una choza, mientras que los huecos que dejaban iban formando caminos planos o con escalones.
El gran demonio lentamente fue convirtiéndose en un ángel guardián, y sobre todo, en un amigo a quién respetar.

Los Cinco (como los llamaba la gente) decidieron entonces que todo el esfuerzo venía de parte de Eressë, así que propusieron a la gente del pueblo la construcción de la casa más hermosa en todo el reino; digna de ser vista como un pedazo del mundo divino en el espacio terrenal. La gente no lo dudo ni por un momento, estaban agradecidos por la amistad que se había formado con la poderosa montaña.

Cuando encontraron el lugar indicado para construir la casa, los trabajos comenzaron de inmediato. Pero Los Cinco no recordaban que las montañas no están hechas para sostener otra cosa más que a ellas mismas.
Tres veces la obra se vino abajo.  Gente murió y otros se retiraron. En el último derrumbe, sólo uno de Los Cinco había quedado vivo, su nombre era: Anáiron.
Las edades de los arquitectos habían terminado.

Anáiron se estableció en uno de los picos de la montaña junto con doscientas personas que aún creían en su idea. Él volvió a examinar toda la montaña.
Durante dos largos años subía y bajaba por todos los caminos construidos para encontrar el lugar ideal para edificar la gran casa de Eressë. Y cuando por fin recorrió todo sin encontrar respuesta, decidió volver a las ruinas de la última edificación.

Estando ahí, observando las piedras quebradas y apiladas, encontró la solución. La casa no debía estar sobre la montaña, debía ser parte de la montaña.
Piedras volvieron a caer de la montaña, pero está vez provenían de lo más profundo de ésta. Túneles eran excavados y antorchas los iban iluminando poco a poco, después esos pasadizos terminaban formando grandes salas. Una parte de la montaña era lentamente moldeada a una enorme casa; siendo la que recibía los primeros rayos del sol al amanecer.

Cuando por fin se completo la casa, era hora de decorarla. Anáiron bajó de la montaña después de  veintisiete años y le contó a su pueblo la tarea que había llevado a cabo. Ellos quedaron sorprendidos y volvieron a subir con él. Ahora las rocas subían a la montaña.

Mármol, oro y diamantes  subían todos los días y eran colocados con extrema precisión sobre alguna pared de la casa de Eressë. El brillo de estos materiales aumentaba la luz que se concentraba dentro de la edificación y entonces se decidió quitar antorchas y abrir nuevas ventanas para que incluso el brillo de la luna fuera suficiente para iluminar.

Tres años se tardó en completar todo el trabajo. Al final se celebró una gran fiesta que duró cinco días en honor a Los Cinco.
De ahí en adelante, la gente del pueblo subía para rezar o celebrar cualquier motivo de felicidad. Daban gracias por la fuerza que les concedía Eressë.

Después de tantos años Anáiron optó por bajar de la montaña y vivir a sus faldas. Ahí fue cuando conoció a una mujer que incluso la llego a comparar con la belleza vivir cada día.
Su amor fue instantáneo y demasiado fuerte; él creía que Eressë lo había recompensado después de tantos años de labor. Y él estaba agradecido, ya que varios años se su vida se habían quedado entre las rocas de la montaña.
No obstante, la montaña responde solamente a las fuerzas naturales y no a las divinas.

Para celebrar su primer año de haberse conocido, Anáiron decidió emprender un viaje más, y por última vez, hacía la casa de Eressë junto con su mujer. Él estaba preparando algo especial para cuando llegarán al final de su recorrido.

Habían pasado dos días desde que dejaron el pueblo y estaban a la mitad del recorrido cuando el cielo comenzó a oscurecerse. Anáiron trató de acelerar el paso pero su mujer no podía, estaba cansada; era la primera vez que subía a la montaña.
La lluvia comenzó a caer y después el viento se liberó, creando la tormenta más fuerte que alguna vez se vio en todo el reino. Pequeños ríos comenzaron a correr por los caminos y después éstos iniciaron un desastre. Las rocas poco a poco se iban resbalando a causa del agua, hasta que pequeños pedazos hicieron que otros más grandes cedieran.
A pesar de todo los esfuerzos, conocer la montaña más que a si mismo y estar siempre alerta, Anáiron no pudo prever el derrumbe que le arrebató a su mujer.
La montaña le trajo a su mujer y está se la arrebató.
Él estaba inconsolable, se decida de una locura en su mente, pero aún así la gente lo vio llegar a la casa de Eressë. Ahí pido por fuerza y suplico porque todo fuera simplemente una prueba más de su devoción.
No obstante, Anáiron nunca pudo sanar de sus heridas y las cicatrices eran un dolor constante que soportaba día con día. La locura que se rumoraba al inicio, se comenzó a volver realidad.

Anáiron se quedó encerrado en una de la salas de la casa. La gente creía que había muerto por viejo o de hambre, pero en ciertas ocasiones salía a observar el ocaso del sol. Entonces los rumores de alguna maldición comenzaron a rondar por la montaña hasta llegar a los oídos de la gente en el pueblo. Ellos dejaron de hacer los recorridos y nuevamente le tuvieron miedo a la montaña, en especial a la casa de Eressë.
Un día, el sol salió e iluminó todo el valle, pero nadie subió por la montaña. Las puertas de la sala en donde se había encerrado Anáiron se abrieron después de cincuenta años.

Viejo, con cabello largo y sosteniéndose con un bastón, comenzó a bajar por los pasillos que alguna vez él mismo talló con sus propias manos.
Recorría los túneles mientras pasaba con su mano las paredes, recordando la enorme tarea que fue construir aquella casa.
Al final, se encontraba una pequeña puerta con cinco cerrojos, de un bolsillo sacó cinco llaves, las colocó en su lugar correspondiente y les fue dando vuelta a cada una hasta que del otro lado de la puerta un enorme crujido se escuchó.
Con la poca fuerza que le quedaba, empujó la puerta y entró para después cerrarla nuevamente.

Una enorme habitación estaba frente a sus ojos. Más de doscientas personas podrían caber dentro de aquel lugar sin siquiera estar apretados un poco. Cinco columnas en forma de personas sostenían un enorme domo, el cual tenía a su alrededor cuatro pequeños traga luz. Al centro de todo estaban dos pilares, no muy anchos pero si bastante altos, llegando hasta el centro del domo; fácilmente una persona los podría rodear con sus brazos.

Anairón lentamente se acercó a aquellos pilares, volteo hacía su alrededor y después se quedó contemplando. Respiro profundamente y dijo:
- Lo que te da más fuerza siempre hay que ocultarlo del mundo, porque es también lo más débil que tenemos… y es lo que siempre te quise mostrar. –

Después tomó su bastón con las dos manos y prosiguió a golpear los pilares repetidamente. Poco a poco se fueron agrietando hasta que un enorme sonido recorrió toda la sala, salió de la casa de Eressë e incluso bajó hasta llegar los oídos del pueblo.
Anairón se echó para atrás y observo como los pilares colapsaron. Los tragaluces dejaron de iluminar y luego un enorme hueco se abrió en el domo dejando pasar el sol. Los cinco pilares circundantes lentamente se agrietaban hasta que comenzaron a ceder. Unos cayeron hacía adelante y otros chocaron entre sí.
Afuera, la grandiosa casa de Eressë comenzaba a hundirse  y al igual que los pilares, todo estaba colapsando.
Anairón se subió por los escombros de los pilares que derrumbó y se puso al centro del domo. En un instante, todo cayó sobre él.

La casa de Eressë había desaparecido, y con ella un lado de la montaña también, ya que era parte de ella. La mitad de aquella gloriosa escultura natural se derrumbaba lentamente por un costado mientras los ojos del pueblo observaban.
Al final, cuando el silencio invadió todo el valle, la gente simplemente volvió a sus casas y se encerró. Para ellos, se había acabado un fracaso.